Algunos apuntes para la lucha contra el narcomenudeo

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No caben dudas de que uno de los problemas más alarmantes de la Argentina, y que ha venido creciendo de manera abrupta en los últimos años, es el narcotráfico, con consecuencias tanto en lo criminal como en lo económico y lo social. Dada la complejidad del problema, su tratamiento precisa de una planificación integral y de la coordinación de distintas fuerzas. Continuar leyendo “Algunos apuntes para la lucha contra el narcomenudeo”

Diego, el bombero que enfrentó a la delincuencia

diego cabo

Diego Cabo agonizó diez días antes de morir. Con 28 años, papá de un nene de ocho, Diego sufrió lesiones muy graves cuando intentó detener a unos ladrones que se robaron su camioneta en Villa Caraza, en Lanús.

Un vecino fue testigo de cómo los delincuentes que manejaban el vehículo, sabiendo que Diego iba colgado atrás, lo hicieron caerse a la calle. El impacto le provocó daños en la cabeza, el pulmón y un riñón. El acontecimiento fue registrado por una de las 187 cámaras dispuestas en todo el municipio, más precisamente por una cámara domo. Las imágenes trascendieron en algunos medios.

Diego no era una persona cualquiera, era bombero voluntario. Quizás esto explique el arrojo con la que inició la persecución de estos maleantes. Lo que no se explican son los niveles alarmantes de actividad delictiva que se registran a diario en un municipio histórico, con familias de bien y gente trabajadora como es Lanús.

Como secretario de Seguridad dimensionó el grado alarmante de delito que los lanusenses, muy en contra de sus deseos, se acostumbraron a soportar a diario, luego de ocho años de una gestión inexistente en materia de seguridad. Los desafíos que asumimos son muchos, y a pesar de que estamos logrando restituir de a poco la normalidad al municipio, lamentablemente nos toca aún presenciar episodios como el de la triste partida de Diego.

En mi rol de funcionario y de ciudadano comprometido que hace años busca hacer su aporte para que podamos vivir más seguros, le extiendo a la familia de Diego mi más sentido pésame y mi compromiso incondicional con la labor para que no tengamos que lamentar más pérdidas como esta, la de un chico joven, trabajador, que dedica su vida a que los demás estén bien. Todo lo contrario a los delincuentes que le arrebataron la vida.

Diego Cabo, bombero asesinado al perseguir a los ladrones de su camioneta

Luchar contra el delito, de una vez por todas

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El video que circuló esta semana del intento de robo por parte de un motochorro a un turista canadiense en el barrio de La Boca ilustra a la perfección muchas de las contradicciones que paralizan lamentablemente la lucha contra el delito. Tenemos la exhibición pública de un delincuente, capturado por la cámara in fraganti en el desarrollo de una acción criminal, un verdadero documento que prueba animosidad delictiva y que debería ser suficiente como para justificar la detención y conducir el proceso. El ladrón estaba armado e hizo varias amenazas a la víctima. Lo cruzó con una moto mientras éste transitaba en bicicleta por una bicisenda. Cuando el joven, que no comprendía la “solicitud” de su asaltante, se bajó del vehículo el ladrón lo empezó a seguir y lo arrinconó ordenándole nuevamente que le entregara su mochila. No hay que ser un abogado muy brillante para encontrar la figura delictiva en este caso.

La escena tiene algo de tragicómico. El turista, que no habla el idioma, repetía sin cesar “amigo, amigo”, como en un intento de calmar a su agresor, el cual se vio obligado a correrlo, con revólver en la mano y todo.

No obstante todo ello, el delincuente está suelto nuevamente. ¿Qué nos pasa? ¿Nos volvimos ya totalmente incapaces para proveer justicia que los casos más ostentosos quedan así de impunes?

En el Instituto Argentino Excelsior, del barrio de Caballito, los estudiantes sufren cada tres días intentos de robo y hechos de inseguridad. Anteayer trascendió el caso de un pibe que fue también interceptado por un motochorro que lo amenazó con un cuchillo para que le entregara el teléfono celular.

La indignación crece día a día entre los ciudadanos. Esto se dejó ver con mucha claridad con las declaraciones recientes del actor Ivo Cutzarida que generaron la adhesión de mucha gente en las redes sociales. El discurso de la indignación pide nada menos que la aplicación de la ley. Desde ese punto de vista las transgresiones cotidianas a nuestra sensación de seguridad que luego salen impunes están más o menos resguardadas en un mal ejercicio de la justicia.

Hay mucho de cierto en eso, pero también creo que el problema excede la mera aplicación de la ley. Casos como el del video ponen en jaque a los jueces ya que no hay un sistema de leyes que contemple la viabilidad probatoria de documentos como éste, producidos por los propios ciudadanos con las capacidades nuevas que nos da la tecnología. ¿Cómo puede ser que en una Ciudad en la que es muchísima la gente que tiene celulares con cámara, en una ciudad en la que casi todo puede ser grabado y transmitido a las mayorías, no estén mejor aceitados los mecanismos de sanción del delito? La ciudadanía misma es en este momento un potencial dispositivo de vigilancia y control y sin embargo se encuentra más desprotegida que nunca.

La inseguridad va mutando, como también van cambiando nuestras posibilidades materiales de combatirla. Necesitamos leyes que se correspondan con el estado actual de la situación.

Contrariamente a ese deseo, los que se desentienden de la gravedad del asunto proceden por medio de la naturalización de la violencia. Y no creamos que la indignación colectiva es un indicador del fracaso de esta estrategia. Funciona muy bien. Pregúntense si no, honestamente, ¿cuántos de ustedes, luego de ver el video del intento de asalto, creyeron con convicción que el delincuente sería procesado?

Nos estamos acostumbrando a nuestra situación de desamparo y cada vez nos identificamos más con nuestra propia indignación. Buenos Aires es cada vez más una ciudad sitiada por el delito. Se camina por sus calles con miedo al otro, al desconocido. Delincuentes, trapitos, limpiavidrios, son personajes que se han vuelto demasiado cotidianos y producen frustración y enojo en la mayoría de los ciudadanos.

Para ganar la lucha contra el delito hay que empezarla, verdaderamente. Con toda la honestidad que eso requiere, la de admitir que hemos dejado que años de marginalidad, resultado de pésimas administraciones públicas, se llevaran consigo la buena voluntad de muchos ciudadanos. Pero el orden no puede depender de la buena voluntad. Al orden hay que saber armarlo. Principalmente, envistiendo contra el delito en todas sus formas y con todas nuestras herramientas.

Por eso insistimos en la necesidad de que se declare la emergencia en seguridad en la Ciudad de Buenos Aires. Porque no queremos más desentendimiento oportunista de las autoridades. No queremos más discusiones estériles sobre si los medios de comunicación exageran o no exageran las cosas. Hablen con sus vecinos y pregúntenles, cuántas veces los robaron, o los agredieron física o verbalmente en la calle. Ahí están los números que indican cómo estamos perdiendo contra la desidia, la informalidad y la falta de orden. Y estamos perdiendo, sencillamente, porque no estamos luchando en serio.

 

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La película de Víctor Hugo

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Como si la invención de los valores villeros por parte de diputados de La Cámpora hace unos meses no fuese suficiente atropello a la razón, otro cambalache se avecinó desde el lado de la obsecuencia oficialista: Victor Hugo, periodista de reconocida trayectoria, cuya lucidez parece decrecer al mismo ritmo que la representatividad de este Gobierno, declaró recientemente ante los diarios que se vive mejor en las villas que en muchos lugares de la Ciudad y la Provincia de Buenos Aires.

Según él, el crecimiento de los asentamientos (cuyas condiciones infrahumanas de hábitat desmiente con el gastadísimo recurso de demonizar a los medios no oficialistas) es una expresión de que en la Ciudad de Buenos Aires hay cada vez más trabajo y, añade, considera una ventaja poder residir en zonas cercanas a los centros de actividad laboral más importantes, aún si esto implica vivir en una villa como la 31.

Para rematar, borrando todo vestigio de raciocinio, Victor Hugo se declara con autoridad para opinar sobre el tema por el sólo hecho de haber, según dice, padecido él la pobreza cuando niño. Con ese criterio está en condiciones de opinar sobre políticas públicas de seguridad cualquier persona que haya sido víctima del delito, cosa que enerva a este tipo de personajes, que son los primeros en decir que desde la experiencia personal no se pueden esgrimir valoraciones racionales sobre los problemas públicos.

Todo lo que dice Victor Hugo se cae por el peso de su obsecuencia, si añadimos a la discusión el elemento que él, deliberadamente o no (vaya uno ya a saber), omite: la informalidad. En primer lugar la informalidad de las villas como complejos habitacionales, donde está más que probada la condición de hacinamiento en la que viven sus habitantes, y que es indefendible desde la perspectiva de cualquier persona que sostenga la necesidad de igualar las condiciones de vida en todos los territorios de nuestro país.

En segundo lugar, corresponde también hablar de la informalidad en el mercado laboral, cuyo crecimiento Victor Hugo celebra y designa como el indicador de la viabilidad de las villas como alternativa habitacional. Todos los estudios sobre población en villas y asentamientos indican que la mayoría de sus habitantes trabajan informalmente, esto es, percibiendo salarios precarios y sin los resguardos fundamentales de cualquier situación de empleo normal (aportes, ART, etc.).

Nuevamente con la proclamada pretensión de desestigmatizar, las voces del kirchnerismo se atragantan con sus más visibles deudas para con la sociedad. ¿Qué tipo de desestigmatización de la pobreza pretende Victor Hugo al asegurar que vivir en una villa está bueno porque se está más cerca del trabajo o del cine Gaumont, al que según su delirio van sus habitantes a entretenerse?

No hacen falta este tipo de ridiculeces para recordarnos que los que viven en villas son personas. Todos estos ejercicios de demagogia como las declaraciones de Víctor Hugo o el día de los valores villeros de La Cámpora recuerdan al típico furcio del que discrimina pero dice que tiene amigos en la categoría discriminada (“no soy antisemita, tengo amigos judíos”, “no soy racista, tengo amigos negros”, etc.).

Mientras tanto, las villas siguen creciendo, al igual que la informalidad, tanto habitacional como laboral. Si esto le parece una simple mentira mediática a Víctor Hugo, queda muy claro que la película que él mira sólo la pasan en el Gaumont.

 

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Kravetz: “La Policía Metropolitana no está en los lugares calientes”

policia metropolitana

Diego Kravetz, el referente del massismo porteño explicó a Noticias Urbanas su proyecto para que la Ciudad se declare en emergencia en materia de seguridad. A su vez, analizó la discusión mediática del problema.

La polémica encendida por el actor Ivo Cutzarida sobre la inseguridad y cómo debe erradicarse esta problemática que inquieta a gran parte de nuestra sociedad sigue trayendo cola. Esta vez, fue el ex legislador Diego Kravetz quien se sumó al debate, tras haber presentado un proyecto para que la Ciudad declare la situación de emergencia en materia de seguridad. Continuar leyendo “Kravetz: “La Policía Metropolitana no está en los lugares calientes””

“No imagino a los legisladores que bancaron la toma viviendo en esas condiciones”

villa papa francisco

Diego Kravetz, referente del Frente Renovador en la Ciudad, criticó el tratamiento que le dio el gobierno porteño al conflicto de la villa Papa Francisco. Además denunció que hoy es imposible combatir a las mafias narco que operan en las villas del sur de la Capital.

“No me imagino a ningún legislador que fue a bancar la toma viviendo en esas condiciones. O algún funcionario que viva en un lugar que es un cementerio de autos, tiene óxido en el suelo y eso provoca cáncer”, declaró Kravetz en diálogo con Paulino Rodrígues en InfobaeTV. Continuar leyendo ““No imagino a los legisladores que bancaron la toma viviendo en esas condiciones””

Nélida Sérpico y nuestras fantasías de justicia

Nelida Serpico Diego Kravetz

El relato policial es uno de los géneros de ficción que ha ganado más popularidad a lo largo de la historia con un gran caudal de novelas y cuentos primero, y películas y series de televisión después. Ya desde sus inicios la figura del detective amateur era recurrente. Se trata de un personaje que no tiene participación formal ni en la policía ni la justicia, lo que podríamos llamar un ciudadano común, que gracias a sus grandes capacidades de observación y deducción o a su perseverancia logra resolver los casos a los que la policía no logra dar respuesta. En este tipo de historias (Sherlock Holmes es, sin duda, el ejemplo más conocido y celebrado) las virtudes del detective amateur tienen como contrapunto la ineptitud policial: los policías siempre son representados como incapaces, faltos de atención o a veces lisa y llanamente negligentes. Se trata de ficciones, por supuesto, pero en las ficciones podemos encontrar las fantasías y ensoñaciones de una sociedad. La fantasía en este caso es la deun héroe que puede devolver el equilibrio en la lucha contra el crimen ante una policía y una justicia inoperantes.

¿Con qué fantaseamos los porteños cuando pensamos en el delito y la inseguridad? ¿Cómo nos relacionamos con los canales formales de la justicia?

Ciertamente hay un gran sentimiento de vacío respecto a la seguridad. Hace unos meses, los lamentables episodios de linchamientos a delincuentes por parte de ciudadanos nos pusieron a hablar sobre dónde debemos trazar los límites entre lo tolerable y lo intolerable. La posición de esta columna era la de entender el fenómeno como un síntoma de algo que no está funcionando bien.

Ayer por la tarde el Tribunal Oral en lo Criminal (TOC) N° 1 sentenció a Facundo Caimo, integrante de la banda de narcos Los Quebrados del barrio Rivadavia (cercano a la villa 1-11-14) por el asesinato de Octavio Gómez, de 16 años.

Octavio fue asesinado en diciembre de 2005. Su madre, Nélida Sérpico, pasó los últimos ocho años deambulando el barrio, disfrazada para que no la reconozcan, mostrando a los vecinos un identikit del asesino confeccionado a partir del testimonio de otro joven que estaba con Gómez el día que lo balearon, y que salió con vida. Ni el testimonio de Patrick, el amigo, ni la denuncia de Sérpico tuvieron efecto en su momento.

El trabajo de inteligencia cuasi-detectivesco de Nélida Sérpico, que recuerda al caso de Susana Trimarco (la madre de Marita Verón, la joven tucumana secuestrada y obligada a prostituirse), finalmente logró dar con el asesino, quien fue interceptado por Gendarmería, luego de que la policía le pidiera a Sérpico que “llamara en otro momento” cuando se comunicó para indicar el paradero de Caimo.

No todo es informalidad en esta historia. La participación y el compromiso de la fiscal Mónica Cuñarro, del Ministerio Público Fiscal, fue decisiva.

De acuerdo con Cuñarro, una especialista en delito organizado y narcotráfico, el crimen se circunscribe a las disputas territoriales de los grupos narcos en el sur de la Ciudad de Buenos Aires. Un informe elevado por la fiscal sostiene que si bien los hechos ocurrieron hace varios años los patrones de conducta y el contexto a los que corresponden persisten en la actualidad. La precariedad habitacional es el factor fundamental en el que se enmarcan episodios como éste, según el documento.

El caso cobró cierta importancia en la prensa por su excepcionalidad y la figura de Nélida Sérpico fue tomada como “ejemplar”. No hay dudas de que lo que hizo esa mujer es admirable. Dejando eso de lado, es importante que su historia no pase a ser otra más de esas fantasías colectivas de las que hablamos al inicio de esta columna. Que lo admirable no nuble los hechos: los mecanismos formales de detección y castigo del delito están en jaque.

Cuando la Justicia sólo se mueve por la fuerza de los individuos, ya sea los que no tienen una participación institucional formal, como Sérpico, o los que sí la tienen, como Cuñarro, las cosas no están funcionando bien.

El anhelo de la justicia por mano propia, que en este caso tuvo su afortunado desenlace formal, no debe persistir. Contrariamente, lo que necesitamos es volver a llenar el vacío de protección que es en definitiva el vacío de Estado.

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